viernes, mayo 07, 2004

En la cima


Después de varias horas de ascender uno a uno nos reunimos todos en la cima del pico, una multitud de trabajadores locales ataviados con gruesas túnicas y pieles se movían lentamente demoliendo y acarreando rocas, para mi asombro, la casi totalidad de estos jornaleros no eran chinos sino turcos, o mejor dicho “uigures" (tribu turca que habita en Asia central)
Según testimonios antiguos, los uigures, entonces denominados yuechi, se aliaron en el siglo VII con la dinastía china Tang, para invadir Mongolia, se establecieron allí por unos 140 años hasta que fueron expulsados de allí por los kirguiz, entonces los uigures fundaron dos reinos en el noroeste de China, uno en la provincia de Gansu y el otro en la parte oriental de la provincia de Tian Shan. Actualmente, los uigures constituyen la mayor parte de la población de Xinjiang.
Ya en el cuarto de control, mitad excavado en la montaña, mitad tienda de campaña, nos recibió el general, en su rostro subsistían muecas de preocupación por la falta de comunicación con nuestro grupo desde el día anterior.
Después de ofrecernos café con unas gotas de aguardiente, nos condujo a nuestros aposentos mientras nos ultimaba detalles de la misión.
Dormimos como osos invernando y hasta nos salteamos la cena, demolidos por el cansancio, ni el viento, ni la nieve ni el ruido de las excavadoras que no cesaban en ningún momento, lograron perturbarnos.
En la mañana, luego de un opíparo desayuno, nos ocupamos de recorrer la magnificencia del faraónico trabajo que llevaban a cabo, trabajadores, arquitectos, ingenieros, técnicos y científicos.
Una de mis dudas era como podríamos despegar el trasbordador con los fortísimos vientos de estas cumbres, pues, el ingenio de esta gente logró que mi mandíbula inferior descendiera hasta tocar mi pecho y se mantuvo así por largos minutos, a pesar del frío reinante.  
Una galería vertical en forma de tubo, ahuecada en la roca, de unos 30 pies de diámetro. Perfectamente cilíndrica, caía a plomo hasta una profundidad de unos 300 largos metros, al fondo del profundo pozo se encontraba Hemakatl iluminada con potentes reflectores, aparecía minúscula, como un juguetito de chocolatín sorpresa, el grupo de técnicos que la rodeaba me recordaron a hormigas descuartizando un escarabajo en el fondo del hormiguero.
Este pozo, o tubo excavado en la roca haría de lanzadera para nuestro vehículo, maravillosa aunque excéntrica idea.