viernes, junio 18, 2004

Buscando a Amabiel.

Un poco más calmados, después de varios minutos de quietud, pregunté a Gabrielle sobre el resultado de los análisis de las sustancias que le había dejado, observó en la computadora y me informó que el líquido era agua potable de extrema pureza, y las otras sustancias, aparentemente, podrían servir como alimento ya que contenían cantidad de proteínas, minerales, vitaminas e hidratos de carbono, y no poseían ninguna sustancia tóxica conocida. Solo era cuestión de que alguien se aventurara a probarlas.
El comandante, ante la deshidratación e inanición del grupo pidió un voluntario para la prueba, Uriel se ofreció gustoso.
Decidimos entonces descender de Hemakatl, ningún autómata se divisaba en los alrededores, pero la sorpresa mayor fue descubrir que el soporte neumático había sido repuesto, montado y ensamblado, y no solo eso la magulladura había sido arreglada.
Habíamos juzgado muy mal a estos seres metálicos, se habían llevado la “pata” para repararla y cuando la traían para instalarla, nosotros les disparamos, entonces aparecieron otros que solo buscaban reparar a sus iguales arruinados, y otros más para limpiar y levantar la basura que escupían nuestras armas.
Nadie daba crédito a mis especulaciones, de tal modo me propuse demostrárselos con una prueba muy simple: desenvolví un pequeño trozo de chocolate que guardaba en mi chaqueta y tiré el papel al piso unos metros más allá, a los pocos segundos un pequeño robot recolector recogía el papelito seguido por un “barredor”, desapareciendo tan rápido como habían aparecido.
Mis compañeros se miraron asombrados, rompiendo en una estrepitosa carcajada.
Más tranquilos después de la demostración, nos encaminamos hacia la cascada. En el trayecto Sachiel, se entretuvo arrojando pedacitos de un lápiz que iba desgranando, divirtiéndose con los robots, como un niño que le tira migajas a un perrito para que lo siga.
Uriel probó el agua y devoró una ración de los “hongos” con fruición. Nos dio la aprobación en cuanto al gusto, señaló que le sabían como las galletas que horneaba su tía Lorena. No obstante Gabrielle nos había advertido que debíamos esperar unas seis horas para estar seguros de la inocuidad de estos alimentos. Nos pareció oportuno que Uriel volviese junto a Gabrielle para que lo controlara mientras nosotros íbamos en busca de Amabiel.


martes, junio 15, 2004

El combate.

Azorados, nos aprestábamos para continuar con la búsqueda de nuestro compañero perdido, cuando notamos un movimiento en el pasillo central, usando nuestras miras telescópicas logramos ver unos seres semejantes a pequeños robots que se acercaban, alcancé a contar cuatro. Rachiel, alterado por la pérdida de su amigo, comenzó a dispararles. Pedazos metálicos volaron en todas direcciones y él, dando saltos de alegría, vociferaba “¡ahí tienen malditos!”
Mas, duró poco su alegría, en segundos apareció una multitud de estos “bichos” acercándose velozmente desde todos los pasillos, tenían las más variadas formas, algunos semejantes a conejos, otros con seis patas, semejaban arañas, otros con ruedas, pero todos muy extraños.
Sintiéndonos amenazados por la cantidad, comenzamos a dispararles con toda nuestra “artillería”. Pero cuanto más bajas les producíamos, más aparecían. Y lo llamativo era que algunos de ellos recogían los restos de los caídos y se los llevaban.
Las municiones se nos estaban acabando y más de un millar seguía en pie acercándose a nosotros, el comandante ordenó ingresar en la nave cuando el último cargador se hubo vaciado. Rápidamente ingresamos cerrando la compuerta tras nosotros.
Debo confesar que estaba aterrado e impresionado como quien es atacado por una bandada de langostas.
Esperamos la represalia de las máquinas, sabiendo que ya no teníamos forma de defendernos, cada quien tomó un objeto para usar como improvisada arma, pero en una reacción instintiva, pues, sabíamos que no podríamos contra tantos “engendros metálicos”.
La tensión se podía oler dentro de la cápsula, todos esperábamos en silencio mirándonos fijamente, el embate de los autómatas. A los pocos minutos los escuchamos moviéndose en rededor, la escotilla había sido protegida por la cubierta de titanio, impidiéndonos ver lo que ocurría fuera.
Pronto los oímos acometiendo contra la estructura de Hemakatl, mientras ésta se balanceaba lentamente. Exasperado, no aguanté más y retiré la cubierta de la escotilla para ver lo que pasaba.
Asombrado, observé como los robots recogían las vainas servidas de nuestras armas y las cargaban, junto con los cargadores de nylon, en una especie de robot de carga, que una vez lleno desaparecía a toda prisa por un pasillo lateral.
Luego, otro que me recordó a los camiones barredores municipales, barría y dejaba el piso reluciente, otros “borraban” las marcas hechas por nuestros disparos en los poliedros vecinos, otros recogían a sus parientes desechos.
Viendo esto, caí en la cuenta, que estos seres en ningún momento nos atacaron, solo nos habían robado una parte de nuestro transporte y nosotros los tomamos como agresores y comenzamos a destruirlos, pero ellos nunca se defendieron, solo se acercaban en gran número.
Luego de unos minutos comenzaron a retirarse hasta que no los vimos ni oímos más. ¿No pensaban atacarnos o solo esperaban a que saliéramos para emboscarnos?
Nadie lo sabía, pero no podíamos quedarnos más tiempo sin buscar a Amabiel, amén de que la falta de alimentos y agua potable hacía necesario encontrar una solución rápida.

lunes, junio 14, 2004

Defendiendo nuestra nave.

Evidentemente no estábamos solos, sea lo que fuere que se movía allí fuera, estaba atacando nuestra única posibilidad de volver, nuestra nave.
Raudamente nos preparamos para defender a muerte, a Hemakatl. Nos calzamos nuestros chalecos, recogimos suficientes municiones y nos armamos con las modernas armas provistas por el general: fusiles de asalto Vector CR21, equipados con visor óptico 1:1 reflex con retículo iluminado. Y los magníficos subfusiles P90® Tactical de 5.7 x 28 mm, provistos de visor nocturno, telémetro láser, sistema de control de tiro, y lanzagranadas; entre otros “chiches”. Si bien solo contábamos con un solo arma para cada uno de nosotros, éstas nos daban un poder de fuego muy substancial.
Antes de abrir la portezuela, estudiamos la estrategia y nos repartimos las posiciones gracias a un plano que había realizado Oriphiel en mi ausencia.
Gabrielle y Sachiel quedarían en la nave y todos los demás tomaríamos posiciones escudándonos en los artefactos que la rodeaban.
Se abrió la escotilla, el primero en asomarse fue el comandante y a la voz de “despejado”, corrimos a tomar posiciones. Esta vez las luminarias no se encendieron, la oscuridad solo era cortada por la luces de Hemakatl.
Lo que fuera que merodeaba nuestro vehículo, ya no estaba; lenta y sigilosamente nos fuimos reuniendo en torno a nuestra nave, armando un perímetro en torno a ella, mientras nuestro jefe inspeccionaba los daños.
Una expresión soez, se escapó de sus labios al descubrir que uno de los cuatro soportes neumáticos, el que ya había sufrido un magullón en el despegue; había desaparecido y en su lugar yacía un aparato similar a una bobina electromagnética que mantenía estabilizada a nuestra máquina del tiempo, semejante a como lo hacen los gatos mecánicos con un automóvil.
Pero, qué y para qué, se había apoderado de una parte esencial de nuestro transporte. Sin una pata era imposible elevar la nave ya que en ella estaban los estabilizadores y toberas. Debíamos encontrarla a toda costa.
Uriel y el comandante quedaron vigilando y los demás partimos en cuatro direcciones en grupo de dos.
Nos internamos en la cerrada oscuridad haciendo uso de nuestros visores nocturnos, fuimos revisando cada rincón sin encontrar el menor rastro del objeto. Luego de varias horas de andar y desandar el mismo camino, comenzó a percibirse una leve claridad que fue aumentando con los minutos.
En ese momento miré mi reloj y caí en la cuenta que estaba presenciando un amanecer artificial, y la merma en la luminosidad del día anterior había sido un anochecer simulado. Con cada descubrimiento, se presentaban más dudas en mi limitado entendimiento.
Una voz en mi intercomunicador, apenas perceptible por la enorme interferencia reinante, nos ordenaba el regreso.
Nos reunimos en el punto de partida sin novedad sobre el faltante, pero con una noticia aún mas dramática: Amabiel había desaparecido durante la noche, se lo había “tragado la tierra” según dichos de su compañero.
-Pasábamos frente a una pirámide trunca que está cerca del límite, yo caminaba delante de Amabiel, y cuando me volví para hablarle, ya no estaba, lo llamé y busqué durante horas pero se esfumó- relataba Rachiel con los ojos desorbitados.

viernes, junio 11, 2004

Conociendo el territorio.

Mediante el láser fui buscando el punto medio de la semiesfera, en este punto la cúpula se alzaba a 656,17 pies sobre el piso, igual distancia separaba este punto de las paredes, a nivel del piso, en total desde un extremo al otro del círculo que formaba el suelo sumaba 437,45 yardas lo que daba una superficie de 31,05225 acres o 12,57 hectáreas y un volumen de 16,755,161 metros cúbicos.
Lógicamente, aquí dentro no podríamos poner en marcha el proceso de retrocesión en el tiempo, debía encontrar una puerta hacia el exterior, si es que había un exterior.
Comencé a recorrer los pasillos entre las moles lustrosas intentando encontrar algo, no sabía bien qué, un detalle llamativo era la absoluta limpieza en todo el lugar, no encontré el más mínimo rastro de polvo en todo el recorrido, tampoco había marcas, leyendas ni salientes en ninguno de los cuerpos. Al tacto se sentían fríos como si fueran de aluminio aunque no parecían ser de este metal. Los golpeé reiteradas veces con mis nudillos sin lograr arrancarles sonido, aparentaban ser macizos como roca.
Intenté tomar una muestra del material, raspando la superficie con mi cuchillo y solo conseguí una descarga eléctrica de alta frecuencia que terminó con mi humanidad desparramada a dos metros sobre el piso. De mala manera había aprendido que quién había creado estos armatostes los había protegido de eventuales profanadores.
Después de unos minutos llegaba al borde de la semiesfera con más preguntas que respuestas. La pared se sentía igual a todas las de los cuerpos que había tocado anteriormente y parecía tan sólida como todo lo demás. No había rendijas o conductos a la vista por donde ingresara el aire y sin embargo éste se sentía siempre fresco.
Comencé a recorrer el perímetro en busca de alguna puerta, fisura o junta que me delatara la presencia de alguna salida. Eran doce cuadras y media y me tardaría unos veinte minutos dar una vuelta completa y volver al mismo punto.
La solidez de aquel muro lateral comenzó a exasperarme, cómo demontre habíamos quedado encerrados aquí, era una locura, un trago muy difícil de soportar.
Mientras caminaba, fui notando que la luz disminuía en intensidad, lo único que falta pensé; que la fuente de energía que alimenta tan magnífica iluminación se esté agotando. Abstraído en mis especulaciones estaba, cuando comencé a sentir una vibración muy leve en la pared. Ésta se fue acrecentando mientras avanzaba, hasta que detrás de un enorme cubo apareció una mancha rectangular y oscura en la pared. Una puerta, rumié, encontré una puerta y parecía, lo suficientemente grande para que Hemakatl pasara a su través.
Apresuré la marcha, seguro de haber encontrado la salida, mas, otra vez estaba equivocado, lo que vi, no era una puerta era una especie de cuadro viviente, una vertiente acuífera y una cascada artificial entre unas rocas, sobre las rocas crecían una especie de hongos de un color “té con leche” y otros color terracota, pero ninguna rendija que conectara con un exterior.
Con algunos temores por la electrizante experiencia anterior, tome una muestra del líquido y de las otras sustancias, semejantes a los hongos que viven sobre los tocones muertos de los viejos árboles en los bosques. Árboles… bosques… ¿Volvería a verlos otra vez? Me trepé sobe las rocas tratando de descubrir algún resquicio u orificio, pero nada las rocas parecían estar fundidas con la pared lindera.
La luz reinante había disminuido considerablemente, por lo que, me apuré a volver a la nave.
Encontré a mis compañeros mucho más tranquilos, tratando de distraerse mutuamente, contando viejas historias, le encomendé a Gabrielle los análisis de las sustancias que había hallado y me dispuse a darles una reseña de lo explorado.
Obstinados en nuestras incongruentes teorías, nos habíamos trenzado en un fuerte jaleo, razón por la que, no tomamos en cuenta un leve sonido metálico que se iba haciendo más fuerte y que, insensiblemente, nos sobresaltó al estar acompañado por una sacudida de Hemakatl.
De un respingo, todos estábamos chocando nuestras cabezas contra la escotilla, para ver de qué se trataba, pero solo logramos ver un destello azulado y las enormes sombras de unas patas, que dejaban ver su movimiento con cada destello.

martes, junio 08, 2004

El primer paso en el futuro.

Como dije, tomé la iniciativa, no por ser más valiente ni por falta de temor, sino porque dentro mío el terror se había trasformado en furia ante la actitud de nuestro comandante.
Con firmeza en mis órdenes logré devolverles el optimismo a mis compañeros, Uriel y Amabiél me acompañarían en esta cruzada, nos calzamos nuestros trajes idénticos a los que usan los astronautas y cargamos las escasas armas que poseíamos en nuestra cápsula.
La compuerta se abrió frente nuestro y descendimos la escalinata rodeados por la más cerrada oscuridad, pero al punto de posar el primer pie en el misterioso suelo, una potente luz nos cegó durante desesperantes minutos, tiempo necesario para acostumbrar nuestras retinas a tan poderosa luminosidad.
Poco a poco la ceguera se fue desvaneciendo dejando estupefactos nuestros sentidos, la visión que se presentaba ante nosotros, era digna de una obra de arte del cine de ficción.
No estábamos en el exterior sino dentro de un enorme recinto cubierto por una cúpula esférica resplandeciente, sin columna o viga alguna, a la distancia se observaban grandes cuerpos geométricos de todos los tipos conocidos, cubos, esferas, cilindros, conos, pirámides, prismas, heptaedros y un enorme etcétera poliédrico. Todos iguales a la gran semiesfera que nos contenía, de paredes lisas, pulidas a punto de espejo, sin la menor imperfección, lo mismo que el piso.
Superado el sobresalto primigenio, tomé mi analizador de gases confirmando lo auscultado por Hemakatl, el aire era más que bueno, digamos óptimo para ser respirado. El nivel de radiación estaba dentro de niveles tolerables para cualquier ser vivo y la temperatura era más que agradable.
Sin pensarlo, desenganché la escafandra de mi traje dispuesto a confirmar los datos recibidos de los análisis y después de unos segundos de tensión, sonreí con fuerza confirmándoles a mis compañeros que observaban escondidos tras la escotilla; que estaba todo bien.
Intenté gritar un Hola pero mis cuerdas vocales no respondieron al primer intento, cuando, por fin lo logré solo recibí infinitos ecos de mi propia vos, volví a vociferar una y otra vez tratando de escuchar tras cada intento alguna respuesta pero no la hubo.
Decidí volver a la nave para dejar el traje y tomar los metros láser con el fin de medir las dimensiones de la estancia. Uno a uno fuimos ascendiendo lentamente por la escalinata hasta que se apagaron las luminarias cuando alzó su pie de apoyo sobre la escalera el último de mis compañeros, evidentemente éstas, eran comandadas por algún mecanismo automático.
La escena dentro de la nave era caótica, una histeria colectiva se había apoderado de todos, furioso y desesperado busqué el botiquín médico y le ordené a Danielle, después de calmarla con alguna sacudida, que les inyectara algún calmante, sollozando asintió con la cabeza, pero no poseía las fuerzas necesarias para contener a los más desaforados, por lo que les indiqué a Uriel y Amabiél que la ayudaran.
Me libré del traje espacial, me puse ropa cómoda y me calcé mis viejas y queridas tenis, que había podido escabullir veladamente entre mis pertrechos, tomé todo el instrumental que podía necesitar y descendí presurosa y coléricamente las escalinatas dispuesto a encontrar por mi mismo una salida.

lunes, junio 07, 2004

Evaluando la situación.

Después de varias horas, habíamos agotado todas nuestras presunciones sin lograr siquiera un esbozo de certeza. Repasamos una y otra vez, toda la escasa información que poseíamos y solo llegábamos a conjeturar una cosa, habíamos realizado un salto temporal más allá de toda predicción. Si dábamos crédito a la información del contador, con sus veinte revoluciones completas de más de diez millones de años, nos enclavaba en un lugar en el tiempo más allá de los doscientos millones de años en el futuro. Una cifra escalofriante en extremo, pero no sería lógico que estuviésemos aquí de ser así, pues según los cálculos de nuestros astrónomos, la Tierra por esas épocas sería un lugar yermo, con una atmósfera congelada y un sol muerto...
El cielo, el cielo, ¡el cielo!; ¡miremos el cielo!, fue la primera frase en vos alta que pronunciamos desde que se desencadenaran los acontecimientos.
Apagamos las luces exteriores con el afán de observar la posición de las estrellas, tal vez ellas nos revelaran el arcano, como innumerables veces orientaran a nuestros navegantes.
Nos quedamos incontables minutos intentando localizar alguna brillante amiga del cielo nocturno, mas, ninguna quiso venir a rescatarnos de nuestra desesperación, tampoco resplandor alguno en el horizonte nos hacía prever la proximidad de la salida del sol.
La desesperanza y el agobio inundaban el corazón de Hemakatl, los cuerpos desparramados sobre el piso de la nave en posición del loto con los hombros cayendo más allá del plexo solar y la mirada perdida en un punto muy distante, cada uno ensimismado en su propia frustración y rememorando sus propias vivencias pasadas junto a sus seres queridos mientras la compunción dominaba nuestros pensamientos.
Pero lamentarse no iba a solucionarnos el problema, debíamos evaluar la posibilidad de regresar a nuestro tiempo, y a ello nos dispusimos después de un largo sermón a cago de Amabiél, el optimista del grupo.
La falta del motor secundario era un problema para lograr la altura necesaria para evitar un cataclismo sísmico en la superficie terrestre, pero si confirmábamos que no existía vida en este tiempo, eso ya no tenía demasiada importancia a nuestro juicio.
El motor principal, el reactor JT9D-3, podía alcanzar la altura suficiente para darnos la posibilidad de encender todos los sistemas de “limpieza” e inversión de masa, sobrando combustible para aterrizar en nuestro tiempo. No teníamos comunicación con el ordenador terrestre pero suponíamos que seguiría allí dado que nos había re-materializado a todos, nave incluida.
Solo nos faltaba inspeccionar visualmente el lugar donde estaba posada la nave para tener una idea general de los pasos a seguir, ya que el radar se hallaba inoperante.
¿Quién sería el primero en descender?
Muchos, estaban tan aterrados que daban saltos ante el menor roce involuntario de sus compañeros, y el solo hecho de pensar en pisar suelo desconocido los paralizaba. No es que fueran cobardes, habían llegado al límite de su arrojo y a estas alturas solo un mecanismo instintivo dominaba su temperamento, el terror ante lo desconocido y a descubrir que ya no hubiera posibilidades de retorno.
Pero, todos compartíamos el mismo destino e inevitablemente debíamos examinar los alrededores, por lo tanto tomé el mando ya que nuestro comandante estaba ausente, encerrado en un hermético mutismo, superado por los acontecimientos.


El AtErRiZaJe…

Uriel fue el primero en ser reanimado por el ordenador y el que ayudó a los demás.
¿Lo habíamos logrado…?
Por lo menos seguíamos con vida, y eso ya era un triunfo. Pero ¿estaríamos en el futuro…?
La ansiedad nos encontró a todos desnudos frente al panel de control, era más fuerte la curiosidad que nuestros pudores o vergüenzas.
Y de pronto, la sangre helada en nuestras venas, la falta de aliento en nuestros pulmones, el gusto a acero en nuestras gargantas, los bellos crispados en todo el cuerpo, las luces rojas en el tablero…
Las luces rojas en el tablero, sí, luces rojas, decenas, cientos, miles de luces rojas. Carteles de error, Error… ERROR… y Reset me.
Nada en la nave estaba funcionando, y aún así estábamos con vida, todo nos hacía pensar que aún estábamos en nuestro tiempo, dentro del túnel, sin haber podido ni siquiera despegar.
Pero ninguno nos atrevíamos a limpiar la empañada escotilla para mirar fuera.
Uno a uno fuimos entrando en la cámara contigua para ponernos nuestra ropa, un silencio sepulcral invadía la nave y nadie esbozó palabra alguna. Lenta, pero muy lentamente, nos fuimos vistiendo, el entusiasmo inicial se había transformado en profunda desesperanza.
Empecé a respirar profundo dándome ánimo y coraje, los demás me fueron imitando. La única manera de saber donde estábamos era mirar a través de esa escotilla y en pos de ello me encaminé.
Limpia la escotilla, me dispuse a mirar a través de ella pero me sorprendió la más profunda oscuridad, y solo oscuridad. Supuse que el túnel habría sido cubierto para esconderlo de los veedores y de allí la oscuridad, pero todo era conjetura, debíamos reiniciar el ordenador.
Lenta y dubitativamente el dedo índice de Amabiél se fue acercando a la tecla Reiniciar, El ordenador después de algunos minutos comenzó a tirar código en su pantalla mientras el contador de años se volvía loco en una desenfrenada carrera hacia delante, 2100… 2500… 3000… 4000… 10000…las unidades, decenas y centenas no se alcanzaban a ver por la velocidad; y continuaba 50000… 100000… y así siguió hasta agotar los dígitos, quedando en 8888888 y luego de unos segundos volvía a aparecer el cartel de ERROR.
Todos, y cada uno de nosotros estaba hipnotizado viendo los números pasar en el contador, sin llegar a comprender. Uriel nos sacó de ese estado al encender la radio e intentar comunicarse con el exterior.
Luego de muchos intentos en vano, sus fuerzas lo abandonaron y se dejó caer, abatido, sobre la consola.
Gabriel trató de consolarlo, mientras yo, por mi parte, encendía las luces exteriores de la nave. No, definitivamente no estábamos en el túnel y sí habíamos despegado, ya que el motor cohete ya no era parte de la nave, lo que significaba que solo contábamos con el motor secundario, faltaba verificar el nivel de combustible y éste estaba a un 92 por ciento, lo que, en teoría, venía a significar que no podríamos estar muy lejos del punto de despegue. Pero ¿En qué punto del tiempo estábamos…?
La observación del exterior solo mostraba un suelo plateado, brillante, espejado sería el término; y nada más. A pesar de los potentes reflectores no se veía otra cosa.
El radar mostró, varios cuerpos geométricos perfectos totalmente en reposo durante unos segundos, más allá de nuestro alcance visual, pero luego dejó de funcionar por una interferencia que Dios sabe de donde venía.
La temperatura exterior era de 22º C y el aire compuesto por: Nitrógeno 78 %, Oxígeno 21 % y el 1% de otros gases conocidos, ninguno peligroso para nuestra salud y perfectamente respirable.
El GPS no mostraba absolutamente nada, el visor nocturno no reflejaba signo alguno de actividad exterior, solo, observando bien y con mucha imaginación, lográbamos armar en nuestras retinas esas misteriosas figuras geométricas. El visor de infrarrojos solo mostraba nuestro propio calor, ninguna señal de vida en varios kilómetros.
Como dije antes, el silencio era tan grande que lastimaba, Oriphiel, nuestro oficial técnico intentaba la comunicación con la computadora terrestre para saber sobre lo ocurrido, pero no se establecía enlace alguno. Decidió entonces revisar la bitácora de Hemakatl y descubrió, luego de traducir toneladas de código; que el error había sido causado por un gran pulso electromagnético a mediados del siglo 21. Y claro, nuestro ordenador no estaba protegido, como lo están hoy día, los ordenadores militares y de defensa, para soportar un pulso electromagnético.
Pero luego de eso, nada, el computador simplemente “se colgó” junto con el sistema auxiliar y todo lo demás era código erróneo.
Por lo pronto lo único que sabíamos, es que no sabíamos nada. Ni donde estábamos, ni en que año, ni si podríamos sobrevivir en este lugar, y no se registraba muestra de actividad en los alrededores del lugar de descenso, por lo que dudábamos que existiera vida en este espacio-tiempo.

El despegue.

Todo estaba preparado y funcionando, el clima y los vientos propicios, habíamos apurado la simulación en 3D del tramo inconcluso de nuestra peregrinación en modo “ultra rápido” y completado nuestros mapas. En la nave el personal médico y científico nos esperaba ansiosamente, pero faltaba un detalle: despedirnos de nuestros familiares. Mas, esto era inviable, todas las comunicaciones habían sido cortadas ex profeso para no delatar la picardía del general. La mayoría no estaba dispuesta a partir sin un eventual “último adiós” a su familia. Nuestro superior, un poco contrariado pero sin dejar de comprendernos, nos dijo “La decisión es vuestra”.
Pero después de unos segundos de mirar el piso, dándonos tiempo de meditar sobre el esfuerzo y dedicación perdidos, nos señaló: “yo había pensado, que cada uno de vosotros dejase una pequeña grabación en video para el supuesto caso -Dios no lo quiera- de que no retornareis, pues si todo sale bien y volvéis, quiero recordaros… que estaréis aquí de regreso, pocos segundos después del despegue y vuestra familia ni se habrá enterado que os fuisteis”
Cierto, así era, aunque nuestras mentes no lograban liberarse de la viejas convenciones. Y, no era fácil, aún con nuestro grado de preparación, asimilar la paradoja de un viaje tan largo, pero a la vez tan corto, nos costaba, de allí que muchos no lo evaluaron hasta el momento en que el general lo mencionó.
No obstante, algunos sentimos angustia por no poder escuchar a nuestros seres queridos antes de gran salto, pero apostamos al regreso y eso nos ayudó a superarla instantáneamente.
Enlatados los adioses, nos introdujimos en la colosal fosa, Hemakatl majestuosa esperaba al fondo del abismo. Un control médico de última hora nos dio el visto bueno, mientras nos colocaban sensores en todo el cuerpo que medirían nuestras funciones vitales.
Ya en la gelatinosa sustancia, dentro de nuestros “sarcófagos”, entrábamos en animación suspendida, por lo que nuestro computador y el de tierra, tendrían el control absoluto, y solo en el caso de que algún inconveniente sobreviniese, seríamos desencapsulados y “revividos”.
Lo último que recuerdo es una enfermera muy simpática y agraciada, verificando la correcta posición de mi mascarilla. Luego sueños verdes…
¿Cómo medir esa porción de “sueño”?
¿Cómo segundos o cómo siglos?
Si me guío por mi reloj biológico podría decirles segundos.
Ahora, en lo onírico, es otra cosa. Cómo explicar una sensación tan rara, a alguien que no experimentó nada parecido en toda su vida, lo que sí pueden creerme: es maravillosa.
Y debo confesarles: no es sueño, es real; o al menos eso creemos por haber tenido todos, la misma “visión”. Les cuento brevemente, aunque las palabras no sirvan para definir algo que se debe sentir para poder entenderlo, algo como el amor, que muchos lo sentimos pero no se lo podríamos representar a quien nunca hubiere amado.
La palabra que se me ocurre es PAZ, una paz inconmensurable, la segunda… No, no logro encuadrarla en una sola, sería: frenesí, creación y felicidad; pero sin perder la paz, por último: satisfacción, regocijo y descanso en una paz aún más profunda.
Eso en cuanto a las sensaciones. Ahora, las visiones son extrañas, psicodélicas por momentos, yo imagino que lo que se presentó ante mí, fueron las distintas etapas de la creación del universo. Pero mis compañeros, a pesar de haber visto lo mismo lo razonan de otra manera, inclusive nuestra científica de abordo, lo definió como un viaje a través de la albúmina de un huevo. Otros hacen bromas diciendo que se nos escapó algún fotón en el camino y no tenemos el equipo completo; lo que viene a demostrar lo inexplicable del suceso. Cuando uno no logra elucidar algo tan relevante en su vida, piensa que ha perdido la razón.

Por la nuestra.

Un par de vehículos nos condujeron hasta un camino lindero a la ruta principal donde nos esperaban dos helicópteros, en el vuelo fuimos examinando un video del camino que no habíamos podido recorrer.
No habíamos terminado de trazar nuestros mapas cuando el aparato descendía al pie de las aero-sillas.
El general, terriblemente apesadumbrado nos recibía en la cumbre, dándonos la mala nueva: irremediablemente se anulaba la misión en su conjunto.
Consternados y tartamudos, algunos de nosotros –los que logramos que algún sonido saliese de nuestras estupefactas gargantas- logramos musitar un desesperado “¡¿por qué?!”
El general nos explicaba que las autoridades de la provincia se habían puesto quisquillosas, y exigían se les informase sobre todas las acciones del grupo y para ello mandaban a una comisión de veedores que supervisarían todas las actividades.
Por lo tanto, nuestros superiores habían ordenado cancelar la misión y ocultar artefactos, lanzadera, nave y todo rastro del proyecto. Continuando con el camuflaje de “estación meteoro y sismológica”, hasta nuevo aviso.
Entonces, porqué tanto apuro en hacernos regresar, pregunté.
El viejo zorro nos abrazó a la manera de los equipos de rugby y en vos baja nos confesó: -“Las órdenes fueron transmitidas por un operador de radio esta madrugada, el mismo es un viejo conocido que me debe algunos favores, gracias a eso he logrado que el aviso de “orden recibida” sea retransmitido recién al mediodía, bajo la excusa de interferencias en la transmisión”.-
Por eso el apuro, si queríamos emprender el viaje solo teníamos dos horas, de ese modo el general y todos nosotros quedaríamos eximidos de cualquier reprimenda, ya que, supuestamente, la orden habría llegado después de la partida.
Este hombre vestido de verde, de seño fuerte, con la piel rojiza curtida por el frío, sagaz e irreverentemente indómito; tanteaba nuestras miradas, mientras con una mueca de complicidad esperaba nuestra aprobación, aunque él ya había decidido por nosotros.
La respuesta no se hizo esperar, nuestras cabezas, en rápidos movimientos laterales fueron cotejando el fallo, hasta que empujados por un “qué esperamos” pusimos manos a la obra.
De pronto técnicos, ingenieros, operarios; en los que no habíamos reparado por su quietud, salieron de su abatimiento y abandonando su resignación, volvieron a llenar de vida la, hasta ese instante, mortecina base.

domingo, junio 06, 2004

Cambio de planes.

El leve descanso se me presentó plagado de sueños vívidos, pero, extraños, recuerdo que uno de ellos, tal vez el más largo, me dejó una impresión que aún hoy conservo. En este era llevado prisionero por un grupo insurrecto, del Asia Central, que reclamaba la liberación de la provincia de Xinjiang, el nombre del grupo rebelde no lo pude distinguir con claridad a pesar que lo recuerdo escrito, en varios carteles y panfletos dentro del lugar de cautiverio. Y estando allí encerrado era bien tratado, o mejor dicho, a pesar de lo malo de la privación de la libertad de la que era objeto, no recibía maltrato físico, ni amenazas o torturas.
De repente comencé a sentir muchos movimientos, gritos y nervios entre mis captores, hasta que uno de ellos me desató y me hizo señas para que me fuera.
Me fui, pero no caminando sino volando, y en el camino observaba imágenes que, se me ocurría, vislumbraban el futuro de esa gente.
Veía varias potencias armamentistas uniéndose para exterminar estos grupos esparcidos por todo el mundo, muchas armas y aparatos de guerra, explosiones y muerte por doquier. Luego, en una encrucijada, la visión mudó sus aires a la época de la colonización americana donde los aborígenes se unían a los colonizadores y combatían contra sus pares bajo la promesa de ocupar sus tierras y tomar esclavos, además, los emplumados anfitriones, intentaban agradar a los endiosados conquistadores. Y triunfaban, los aliados, triunfaban pero era un efímero triunfo, ya que los conquistadores al ver el reducido número de guerreros que quedaban entre sus aliados decidían acabar, también con ellos y no compartir nada, ni tierras ni valores, ni nada.
Y estando inmerso en esta pegajosa pesadilla, intentaba desembarazarme de ella y no podía, hasta que Amabiél, con la chispa que lo caracterizaba, tomó un florero y volcó todo su contenido en mi rostro. Vamos dijo, se hace tarde.
Rápidamente, traté de despejarme, y cambiar mi rostro de almohada, tomé un jugo de durazno bebido, e introduje en mi bolsillo algunas pasas de uva para el camino.
Bello lugar Turfan, con sus parras cubriendo las calles a manera de pérgolas, sobre todo en esta época del año en que las uvas están a punto, pero no había tiempo para deleitarse con las belleza del lugar, debíamos encontrar a Asumi.
Llenos de ansiedad entramos en el taller de sombreros, con la firme convicción de soportar con entereza la hazaña que estábamos por llevar a cabo, recorrer más de 40 Km. de abrasador desierto, pero siempre me quedará la duda de saber si lo hubiéramos logrado, ya que, Asumi, un pimpollo de ojos rasgados, nos alertaba de un perentorio cambio de planes:
Debíamos volver a la base con premura. El trayecto lo recorreríamos virtualmente en un simulador de escenarios, creado especialmente para la ocasión. Sepan comprender que no pueda dar más detalles sobre la ubicación exacta del almacén que, aunque por ahora está bien vigilado, no debemos olvidar que estará allí, por más de 200 años, no creo que ningún visitante se tome la molestia de intentar hallar este galpón, pero por las dudas cabe la aclaración: Gaochang, podría no ser Gaochang, sino, un lugar escogido al azar para encubrir el verdadero asentamiento del depósito, lo aclaro para que en la mente de ningún despabilado, surja la idea de ir a fastidiar o destruir aún más, esta reliquia del pasado.

sábado, junio 05, 2004

¿Cómo están?

No se que les pasa a mis queridos aventureros que no se anotan ni dejan comentarios.
Bien, no hay problema, yo tampoco puedo cumplir con las actualizaciones como quisiera.
Pero mientras, si quieren, pueden ver estas fotos de China en el Moblog:

Chronicles of Barnia

Que las disfruten.

martes, junio 01, 2004

Segunda noche ¿a pie?

Las órdenes del general eran realizar todo el trayecto a pié, sin embargo, él no iba a sufrir ninguno de nuestros padecimientos, amparado en la comodidad de su bunker, amén del apremio ante la proximidad del despegue.
Ya saliendo del poblado, Uriel se entretuvo, embelezado, observando una tropilla de caballos que trotaban por un campo.
Tan absorto en su fascinación se hallaba, que logró contagiarnos uno a uno, hasta que, todos, caímos bajo el influjo de sus cavilaciones, y no sé si llamarlo telepatía o ansiedad mutua, de pronto surgió una idea generalizada en nuestras mentes: ¿Quién podría enterarse en estas soledades si decidiéramos utilizar un medio de transporte?
Todos nos miramos al unísono, con las cejas encumbradas, y de pronto, una sonrisa cómplice se dibujo en nuestros rostros. Aprobado, sin decir palabra todos habíamos votado y emprendíamos una entusiasta carrera hasta la tienda emplazada dentro del campo.
Después de una confusa interacción con el dueño de los equinos, logramos hacernos entender y nos alquiló por pocos yuanes, sus mejores animales, con la condición de que lleváramos con nosotros a su hijo kalim, quien regresaría con la tropilla. Nuestras extremidades nos agradecían, aunque otras partes de nuestro cuerpo se quejarían más tarde. Esto no lo sabían mis superiores, ahora se estarán enterando, pero ya no tiene importancia.
Esta decisión nos ahorró varias horas, dándonos la libertad de trazar mejor nuestros mapas, y llegar a tiempo a Turfán para tomarnos un descanso en el hotel Oasis, luego de despedirnos de Kalim.
Habíamos atesorado unas cinco horas y nos disponíamos a depositarlas en un entidad bancaria de nuestra simpatía: las placenteras literas del mencionado hospedaje.
El último trayecto de 45 km hasta Gaochang, estaba proyectado se realizaría en la mañana, con el fin de observar mejor los alrededores del almacén escondido.
Debíamos hacer contacto con Asumi Tai, en un taller de sombreros en las afueras de Turfan, para recibir las últimas directivas y camuflarnos usando vestimenta local, para no llamar la atención.