viernes, junio 18, 2004

Buscando a Amabiel.

Un poco más calmados, después de varios minutos de quietud, pregunté a Gabrielle sobre el resultado de los análisis de las sustancias que le había dejado, observó en la computadora y me informó que el líquido era agua potable de extrema pureza, y las otras sustancias, aparentemente, podrían servir como alimento ya que contenían cantidad de proteínas, minerales, vitaminas e hidratos de carbono, y no poseían ninguna sustancia tóxica conocida. Solo era cuestión de que alguien se aventurara a probarlas.
El comandante, ante la deshidratación e inanición del grupo pidió un voluntario para la prueba, Uriel se ofreció gustoso.
Decidimos entonces descender de Hemakatl, ningún autómata se divisaba en los alrededores, pero la sorpresa mayor fue descubrir que el soporte neumático había sido repuesto, montado y ensamblado, y no solo eso la magulladura había sido arreglada.
Habíamos juzgado muy mal a estos seres metálicos, se habían llevado la “pata” para repararla y cuando la traían para instalarla, nosotros les disparamos, entonces aparecieron otros que solo buscaban reparar a sus iguales arruinados, y otros más para limpiar y levantar la basura que escupían nuestras armas.
Nadie daba crédito a mis especulaciones, de tal modo me propuse demostrárselos con una prueba muy simple: desenvolví un pequeño trozo de chocolate que guardaba en mi chaqueta y tiré el papel al piso unos metros más allá, a los pocos segundos un pequeño robot recolector recogía el papelito seguido por un “barredor”, desapareciendo tan rápido como habían aparecido.
Mis compañeros se miraron asombrados, rompiendo en una estrepitosa carcajada.
Más tranquilos después de la demostración, nos encaminamos hacia la cascada. En el trayecto Sachiel, se entretuvo arrojando pedacitos de un lápiz que iba desgranando, divirtiéndose con los robots, como un niño que le tira migajas a un perrito para que lo siga.
Uriel probó el agua y devoró una ración de los “hongos” con fruición. Nos dio la aprobación en cuanto al gusto, señaló que le sabían como las galletas que horneaba su tía Lorena. No obstante Gabrielle nos había advertido que debíamos esperar unas seis horas para estar seguros de la inocuidad de estos alimentos. Nos pareció oportuno que Uriel volviese junto a Gabrielle para que lo controlara mientras nosotros íbamos en busca de Amabiel.