sábado, mayo 08, 2004

Las pruebas
La mañana del 3 de agosto se presentaba templada, los vientos habían disminuido en intensidad, los trabajadores locales habían desaparecido, la tripulación completa descendimos al foso para comenzar con los ensayos, cuatro rieles magnéticos de acero fueron montados a lo largo de todo el conducto, para mantener la estabilidad del trasbordador en su ascenso hacia el exterior, detrás de uno de ellos se había instalado un montacargas que nos permitía el ascender y descender, si en la cima del pico faltaba el aire, aquí ni existía, todos debimos echar mano de nuestras máscaras de oxígeno.
La primera fase fue probar durante una hora el “panal de abejas” así le llamábamos a los nichos presurizados que nos servirían de habitáculo protegido para el viaje a través del tiempo, y para que nuestros cuerpos soportasen la aceleración inicial, sin sufrir las consecuencias.
El sistema de animación suspendida era demasiado complicado para explicarlo en unas pocas líneas, pero intentaré resumirlo en pocas palabras, durante el viaje en la atmósfera y el posterior salto en el tiempo, nuestro cuerpo debía soportar cambios bruscos que de no ser por este sistema hubiera resultado imposible tolerar. Nuestros cuerpos eran conectados al ordenador mediante sensores, luego nos sumergíamos en una sustancia gelatinosa, cuya consistencia podía ser variada a voluntad por el ordenador debido a una particularidad que ésta posee de cambiar su consistencia de acuerdo a la carga eléctrica que se le aplique. El receptáculo, además, contaba (y lo digo en pasado porque esto, hoy, no lo usamos más: ya no es necesario) con una cámara intermedia de aire a presión, a grandes rasgos, todo el sistema era un gran amortiguador y nuestro cuerpo el émbolo.
Si esto te resulta difícil de entender, más aún, te parecerá lo que sigue: Durante el salto en el tiempo. Cada átomo de nuestro cuerpo se transforma en fotón, esos fotones tienen que ser contenidos para su posterior reconversión en átomo, o sea, la materia desmaterializada, debe ser reconvertida a su estado primigenio, para ello el “mapa” molecular de nuestros cuerpos, nave, computadora y todo lo que viaje, se debe mantener en algún lugar sin que sea alterado, por lógica ese mapa no puede estar en la nave, es por ello que toda esa información se encuentra en un superordenador atómico fuera de la nave, en un lugar secreto y muy bien resguardado, capaz de soportar el paso de muchos años sin sufrir deterioro, no olvidemos que cuando lleguemos al futuro, 100, 200 o 300 años después del lanzamiento tendrá que seguir funcionando, porque, de no ser así nuestras partículas serían esparcidas por todo el universo, al no haber un sistema que revierta el proceso, desapareceríamos.
No entendiste ni jota, ¿verdad?
Pues, hagamos una burda comparación, suponte que tienes una taza llena de hielo en la nevera, el hielo contenido en la taza tiene una forma. Luego la descongelas y se transforma en agua, la metes otra vez en el congelador y vuelve a transformarse en hielo con la misma forma. Ahora suponte que al descongelarla se rompe la taza, el agua se desparramaría y ya no podrías volver a transformarla en hielo con la misma forma. Algo similar sucedería si la computadora que queda en tierra se rompiese.
Bien, las pruebas de las cápsulas habían sido satisfactorias, ahora faltaba probar el sistema de propulsión.

Siguen las pruebas


Los análisis del sistema de propulsión primaria no trajeron mayores inconvenientes, el reactor JT9D-3, con una fuerza empuje en el despegue de unos 20.000 kg y unos 3850 kg de peso, funcionaba de maravillas. Este sistema primario era el encargado del primer empuje hasta salir del túnel, en una etapa secundaria criotécnica, fuera del túnel, se pondría en funcionamiento un poderoso motor-cohete Vulcain, de combustible líquido, Oxigeno e Hidrógeno en una relación de 5:1. Esta segunda etapa no podía ser comprobada por pruebas, debíamos confiar en los cálculos de nuestros técnicos e ingenieros. Este nos permitiría alcanzar las últimas capas de la estratosfera, a unos 50 km sobre el nivel del mar.

En la medida que ascendemos la temperatura desciende y también la presión atmosférica, a los 10 km de altura tenemos temperaturas que rondan entre los 50 y 80 grados centígrados bajo cero, si seguimos subiendo la temperatura se mantiene, más o menos constante hasta que entramos en la capa de ozono donde empieza a subir, en los límites superiores de la estratosfera, alrededor de los 50.000 m de altura, la temperatura es casi igual a la de la superficie terrestre, aunque la presión es considerablemente menor. Más allá de esta altura la temperatura empieza nuevamente a descender bruscamente.

Para que todos nuestros delicados instrumentales, funcionasen a la perfección, esta era la temperatura ideal, amén, de que a esta altura estábamos protegidos, aún, de la radiación ultravioleta, los rayos X y la lluvia de electrones procedente del Sol, presentes en las capas superiores.

La etapa secundaria se descartaría después de su uso, y nos quedaría solo la primaria para mantener la altura durante el salto en el tiempo, y el posterior descenso en el túnel, ya en el futuro. Ante un eventual problema, teníamos una autonomía de vuelo de 2 horas para buscar otro punto de descenso.

Ahora, imaginen el riesgo que corrimos estos primeros viajeros, pues, de no encontrar una civilización tecnológicamente similar o superior a la nuestra en el futuro, no hubiésemos podido volver, ya que no teníamos un motor cohete para la vuelta. Si bien nuestros científicos intuían que existían científicos tanto o más avanzados que los actuales, ya que en innumerables pruebas mandaron partículas subatómicas al futuro y estas retornaron dando la pauta que habían sido reenviadas a nuestro tiempo por los científicos de años posteriores, igualmente fue como jugar a la ruleta rusa.

Gracias a Dios todo se cumplió como predecían los hombres de ciencia.

Después de muchos estudios se concluyó que el mejor punto hacia donde saltar era la primera década del siglo XXIII, ya que en el laboratorio especial acoplado al acelerador de partículas subatómicas del Instituto de Química Nuclear de Uppsala, en Suecia; se enviaron partículas a distintos puntos en el futuro repetidas veces, y el punto desde el cual siempre regresaron fue ésta primera década del s. XXIII, razón por la cual se le dio la calificación de punto de salto más confiable.

Para serles sincero, yo no creía ni un ápice de todo esto, no me imaginaba cómo, un corpúsculo tan diminuto, invisible a la observación directa, podía darnos la seguridad que en la otra punta había alguien, pero no me importaba, solamente por el hecho de poder satisfacer mi curiosidad, estaba dispuesto a ofrendar lo que fuera, incluso mi vida.