domingo, junio 06, 2004

Cambio de planes.

El leve descanso se me presentó plagado de sueños vívidos, pero, extraños, recuerdo que uno de ellos, tal vez el más largo, me dejó una impresión que aún hoy conservo. En este era llevado prisionero por un grupo insurrecto, del Asia Central, que reclamaba la liberación de la provincia de Xinjiang, el nombre del grupo rebelde no lo pude distinguir con claridad a pesar que lo recuerdo escrito, en varios carteles y panfletos dentro del lugar de cautiverio. Y estando allí encerrado era bien tratado, o mejor dicho, a pesar de lo malo de la privación de la libertad de la que era objeto, no recibía maltrato físico, ni amenazas o torturas.
De repente comencé a sentir muchos movimientos, gritos y nervios entre mis captores, hasta que uno de ellos me desató y me hizo señas para que me fuera.
Me fui, pero no caminando sino volando, y en el camino observaba imágenes que, se me ocurría, vislumbraban el futuro de esa gente.
Veía varias potencias armamentistas uniéndose para exterminar estos grupos esparcidos por todo el mundo, muchas armas y aparatos de guerra, explosiones y muerte por doquier. Luego, en una encrucijada, la visión mudó sus aires a la época de la colonización americana donde los aborígenes se unían a los colonizadores y combatían contra sus pares bajo la promesa de ocupar sus tierras y tomar esclavos, además, los emplumados anfitriones, intentaban agradar a los endiosados conquistadores. Y triunfaban, los aliados, triunfaban pero era un efímero triunfo, ya que los conquistadores al ver el reducido número de guerreros que quedaban entre sus aliados decidían acabar, también con ellos y no compartir nada, ni tierras ni valores, ni nada.
Y estando inmerso en esta pegajosa pesadilla, intentaba desembarazarme de ella y no podía, hasta que Amabiél, con la chispa que lo caracterizaba, tomó un florero y volcó todo su contenido en mi rostro. Vamos dijo, se hace tarde.
Rápidamente, traté de despejarme, y cambiar mi rostro de almohada, tomé un jugo de durazno bebido, e introduje en mi bolsillo algunas pasas de uva para el camino.
Bello lugar Turfan, con sus parras cubriendo las calles a manera de pérgolas, sobre todo en esta época del año en que las uvas están a punto, pero no había tiempo para deleitarse con las belleza del lugar, debíamos encontrar a Asumi.
Llenos de ansiedad entramos en el taller de sombreros, con la firme convicción de soportar con entereza la hazaña que estábamos por llevar a cabo, recorrer más de 40 Km. de abrasador desierto, pero siempre me quedará la duda de saber si lo hubiéramos logrado, ya que, Asumi, un pimpollo de ojos rasgados, nos alertaba de un perentorio cambio de planes:
Debíamos volver a la base con premura. El trayecto lo recorreríamos virtualmente en un simulador de escenarios, creado especialmente para la ocasión. Sepan comprender que no pueda dar más detalles sobre la ubicación exacta del almacén que, aunque por ahora está bien vigilado, no debemos olvidar que estará allí, por más de 200 años, no creo que ningún visitante se tome la molestia de intentar hallar este galpón, pero por las dudas cabe la aclaración: Gaochang, podría no ser Gaochang, sino, un lugar escogido al azar para encubrir el verdadero asentamiento del depósito, lo aclaro para que en la mente de ningún despabilado, surja la idea de ir a fastidiar o destruir aún más, esta reliquia del pasado.