Domingo, 4 de Agosto.
Nuestro día de descanso, tal vez el último pensamos todos, pero nadie se atrevió a decirlo. Dispuestos a disfrutarlo al máximo, echamos mano de todos nuestros ahorros y nos levantamos mucho antes de la salida del sol, el tiempo suficiente para verlo salir mientras desayunábamos en la ciudad ferroviaria de Ganhezi, esperando el tren que nos llevaría a Urumqi, capital de la Región autónoma uigur del Xinjiang, una ciudad muy industrializada, rodeada de pozos de petróleo.
La metrópoli, emplazada en un oasis muy fértil, en la árida ladera norte del Tian, contaba con alrededor de un millón de habitantes, en su mayoría islámicos, por dicha razón abundaban las mezquitas. Viejo paso de las caravanas que pululaban por el Asia central, denotaba un notorio contraste de razas entre sus pobladores.
Nuestro primer destino fue el mercado, tipo feria persa, donde nos surtimos de toda baratija que nos llamase la atención, pagando, se me antoja, precios exorbitantes por las mismas, dado las sonrisas de triunfo que expresaban los puesteros.
Almorzamos, después de mucho caminar, en un restaurante chino, que se me ocurre debió ser el único en esa ciudad. Con el idioma se nos complicaba muchísimo, a pesar de tener un experto en idiomas entre nosotros, la lengua uigur predominante en estas latitudes, nos era totalmente desconocida, por lo tanto debimos arreglarnos con el inglés.
Por la tarde decidimos divertirnos en una cantina, mezcla de café musical, peña folclórica y casa de citas. Laúdes y violines majestosamente ejecutados por músicos kazakos, mientras voluptuosas bailarinas tártaras interpretaban una frenética danza entre vapores de alcohol y exclamaciones de tono lascivo. La música tradicional dejo paso a los sones más occidentales, mientras la iluminación decrecía y las danzarinas tártaras eran reemplazadas por damas de diversos orígenes que invitaban a bailar a los apabullados parroquianos.
En la estación de tren nos fuimos reuniendo de a uno en uno, algunos llegamos antes, otros después, algunos con tanto licor en sus venas que no podían mantener la vertical, pero todos con la cara de satisfacción que le deja un pequeño recreo, luego de muchos meses de respirar soledades en el desierto.