Por la nuestra.
Un par de vehículos nos condujeron hasta un camino lindero a la ruta principal donde nos esperaban dos helicópteros, en el vuelo fuimos examinando un video del camino que no habíamos podido recorrer.
No habíamos terminado de trazar nuestros mapas cuando el aparato descendía al pie de las aero-sillas.
El general, terriblemente apesadumbrado nos recibía en la cumbre, dándonos la mala nueva: irremediablemente se anulaba la misión en su conjunto.
Consternados y tartamudos, algunos de nosotros –los que logramos que algún sonido saliese de nuestras estupefactas gargantas- logramos musitar un desesperado “¡¿por qué?!”
El general nos explicaba que las autoridades de la provincia se habían puesto quisquillosas, y exigían se les informase sobre todas las acciones del grupo y para ello mandaban a una comisión de veedores que supervisarían todas las actividades.
Por lo tanto, nuestros superiores habían ordenado cancelar la misión y ocultar artefactos, lanzadera, nave y todo rastro del proyecto. Continuando con el camuflaje de “estación meteoro y sismológica”, hasta nuevo aviso.
Entonces, porqué tanto apuro en hacernos regresar, pregunté.
El viejo zorro nos abrazó a la manera de los equipos de rugby y en vos baja nos confesó: -“Las órdenes fueron transmitidas por un operador de radio esta madrugada, el mismo es un viejo conocido que me debe algunos favores, gracias a eso he logrado que el aviso de “orden recibida” sea retransmitido recién al mediodía, bajo la excusa de interferencias en la transmisión”.-
Por eso el apuro, si queríamos emprender el viaje solo teníamos dos horas, de ese modo el general y todos nosotros quedaríamos eximidos de cualquier reprimenda, ya que, supuestamente, la orden habría llegado después de la partida.
Este hombre vestido de verde, de seño fuerte, con la piel rojiza curtida por el frío, sagaz e irreverentemente indómito; tanteaba nuestras miradas, mientras con una mueca de complicidad esperaba nuestra aprobación, aunque él ya había decidido por nosotros.
La respuesta no se hizo esperar, nuestras cabezas, en rápidos movimientos laterales fueron cotejando el fallo, hasta que empujados por un “qué esperamos” pusimos manos a la obra.
De pronto técnicos, ingenieros, operarios; en los que no habíamos reparado por su quietud, salieron de su abatimiento y abandonando su resignación, volvieron a llenar de vida la, hasta ese instante, mortecina base.