martes, junio 15, 2004

El combate.

Azorados, nos aprestábamos para continuar con la búsqueda de nuestro compañero perdido, cuando notamos un movimiento en el pasillo central, usando nuestras miras telescópicas logramos ver unos seres semejantes a pequeños robots que se acercaban, alcancé a contar cuatro. Rachiel, alterado por la pérdida de su amigo, comenzó a dispararles. Pedazos metálicos volaron en todas direcciones y él, dando saltos de alegría, vociferaba “¡ahí tienen malditos!”
Mas, duró poco su alegría, en segundos apareció una multitud de estos “bichos” acercándose velozmente desde todos los pasillos, tenían las más variadas formas, algunos semejantes a conejos, otros con seis patas, semejaban arañas, otros con ruedas, pero todos muy extraños.
Sintiéndonos amenazados por la cantidad, comenzamos a dispararles con toda nuestra “artillería”. Pero cuanto más bajas les producíamos, más aparecían. Y lo llamativo era que algunos de ellos recogían los restos de los caídos y se los llevaban.
Las municiones se nos estaban acabando y más de un millar seguía en pie acercándose a nosotros, el comandante ordenó ingresar en la nave cuando el último cargador se hubo vaciado. Rápidamente ingresamos cerrando la compuerta tras nosotros.
Debo confesar que estaba aterrado e impresionado como quien es atacado por una bandada de langostas.
Esperamos la represalia de las máquinas, sabiendo que ya no teníamos forma de defendernos, cada quien tomó un objeto para usar como improvisada arma, pero en una reacción instintiva, pues, sabíamos que no podríamos contra tantos “engendros metálicos”.
La tensión se podía oler dentro de la cápsula, todos esperábamos en silencio mirándonos fijamente, el embate de los autómatas. A los pocos minutos los escuchamos moviéndose en rededor, la escotilla había sido protegida por la cubierta de titanio, impidiéndonos ver lo que ocurría fuera.
Pronto los oímos acometiendo contra la estructura de Hemakatl, mientras ésta se balanceaba lentamente. Exasperado, no aguanté más y retiré la cubierta de la escotilla para ver lo que pasaba.
Asombrado, observé como los robots recogían las vainas servidas de nuestras armas y las cargaban, junto con los cargadores de nylon, en una especie de robot de carga, que una vez lleno desaparecía a toda prisa por un pasillo lateral.
Luego, otro que me recordó a los camiones barredores municipales, barría y dejaba el piso reluciente, otros “borraban” las marcas hechas por nuestros disparos en los poliedros vecinos, otros recogían a sus parientes desechos.
Viendo esto, caí en la cuenta, que estos seres en ningún momento nos atacaron, solo nos habían robado una parte de nuestro transporte y nosotros los tomamos como agresores y comenzamos a destruirlos, pero ellos nunca se defendieron, solo se acercaban en gran número.
Luego de unos minutos comenzaron a retirarse hasta que no los vimos ni oímos más. ¿No pensaban atacarnos o solo esperaban a que saliéramos para emboscarnos?
Nadie lo sabía, pero no podíamos quedarnos más tiempo sin buscar a Amabiel, amén de que la falta de alimentos y agua potable hacía necesario encontrar una solución rápida.