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sábado, mayo 08, 2004
Los análisis del sistema de propulsión primaria no trajeron mayores inconvenientes, el reactor JT9D-3, con una fuerza empuje en el despegue de unos 20.000 kg y unos 3850 kg de peso, funcionaba de maravillas. Este sistema primario era el encargado del primer empuje hasta salir del túnel, en una etapa secundaria criotécnica, fuera del túnel, se pondría en funcionamiento un poderoso motor-cohete Vulcain, de combustible líquido, Oxigeno e Hidrógeno en una relación de 5:1. Esta segunda etapa no podía ser comprobada por pruebas, debíamos confiar en los cálculos de nuestros técnicos e ingenieros. Este nos permitiría alcanzar las últimas capas de la estratosfera, a unos 50 km sobre el nivel del mar.
En la medida que ascendemos la temperatura desciende y también la presión atmosférica, a los 10 km de altura tenemos temperaturas que rondan entre los 50 y 80 grados centígrados bajo cero, si seguimos subiendo la temperatura se mantiene, más o menos constante hasta que entramos en la capa de ozono donde empieza a subir, en los límites superiores de la estratosfera, alrededor de los 50.000 m de altura, la temperatura es casi igual a la de la superficie terrestre, aunque la presión es considerablemente menor. Más allá de esta altura la temperatura empieza nuevamente a descender bruscamente.
Para que todos nuestros delicados instrumentales, funcionasen a la perfección, esta era la temperatura ideal, amén, de que a esta altura estábamos protegidos, aún, de la radiación ultravioleta, los rayos X y la lluvia de electrones procedente del Sol, presentes en las capas superiores.
La etapa secundaria se descartaría después de su uso, y nos quedaría solo la primaria para mantener la altura durante el salto en el tiempo, y el posterior descenso en el túnel, ya en el futuro. Ante un eventual problema, teníamos una autonomía de vuelo de 2 horas para buscar otro punto de descenso.
Ahora, imaginen el riesgo que corrimos estos primeros viajeros, pues, de no encontrar una civilización tecnológicamente similar o superior a la nuestra en el futuro, no hubiésemos podido volver, ya que no teníamos un motor cohete para la vuelta. Si bien nuestros científicos intuían que existían científicos tanto o más avanzados que los actuales, ya que en innumerables pruebas mandaron partículas subatómicas al futuro y estas retornaron dando la pauta que habían sido reenviadas a nuestro tiempo por los científicos de años posteriores, igualmente fue como jugar a la ruleta rusa.
Gracias a Dios todo se cumplió como predecían los hombres de ciencia.
Después de muchos estudios se concluyó que el mejor punto hacia donde saltar era la primera década del siglo XXIII, ya que en el laboratorio especial acoplado al acelerador de partículas subatómicas del Instituto de Química Nuclear de Uppsala, en Suecia; se enviaron partículas a distintos puntos en el futuro repetidas veces, y el punto desde el cual siempre regresaron fue ésta primera década del s. XXIII, razón por la cual se le dio la calificación de punto de salto más confiable.
Para serles sincero, yo no creía ni un ápice de todo esto, no me imaginaba cómo, un corpúsculo tan diminuto, invisible a la observación directa, podía darnos la seguridad que en la otra punta había alguien, pero no me importaba, solamente por el hecho de poder satisfacer mi curiosidad, estaba dispuesto a ofrendar lo que fuera, incluso mi vida.