Defendiendo nuestra nave.
Evidentemente no estábamos solos, sea lo que fuere que se movía allí fuera, estaba atacando nuestra única posibilidad de volver, nuestra nave.
Raudamente nos preparamos para defender a muerte, a Hemakatl. Nos calzamos nuestros chalecos, recogimos suficientes municiones y nos armamos con las modernas armas provistas por el general: fusiles de asalto Vector CR21, equipados con visor óptico 1:1 reflex con retículo iluminado. Y los magníficos subfusiles P90® Tactical de 5.7 x 28 mm, provistos de visor nocturno, telémetro láser, sistema de control de tiro, y lanzagranadas; entre otros “chiches”. Si bien solo contábamos con un solo arma para cada uno de nosotros, éstas nos daban un poder de fuego muy substancial.
Antes de abrir la portezuela, estudiamos la estrategia y nos repartimos las posiciones gracias a un plano que había realizado Oriphiel en mi ausencia.
Gabrielle y Sachiel quedarían en la nave y todos los demás tomaríamos posiciones escudándonos en los artefactos que la rodeaban.
Se abrió la escotilla, el primero en asomarse fue el comandante y a la voz de “despejado”, corrimos a tomar posiciones. Esta vez las luminarias no se encendieron, la oscuridad solo era cortada por la luces de Hemakatl.
Lo que fuera que merodeaba nuestro vehículo, ya no estaba; lenta y sigilosamente nos fuimos reuniendo en torno a nuestra nave, armando un perímetro en torno a ella, mientras nuestro jefe inspeccionaba los daños.
Una expresión soez, se escapó de sus labios al descubrir que uno de los cuatro soportes neumáticos, el que ya había sufrido un magullón en el despegue; había desaparecido y en su lugar yacía un aparato similar a una bobina electromagnética que mantenía estabilizada a nuestra máquina del tiempo, semejante a como lo hacen los gatos mecánicos con un automóvil.
Pero, qué y para qué, se había apoderado de una parte esencial de nuestro transporte. Sin una pata era imposible elevar la nave ya que en ella estaban los estabilizadores y toberas. Debíamos encontrarla a toda costa.
Uriel y el comandante quedaron vigilando y los demás partimos en cuatro direcciones en grupo de dos.
Nos internamos en la cerrada oscuridad haciendo uso de nuestros visores nocturnos, fuimos revisando cada rincón sin encontrar el menor rastro del objeto. Luego de varias horas de andar y desandar el mismo camino, comenzó a percibirse una leve claridad que fue aumentando con los minutos.
En ese momento miré mi reloj y caí en la cuenta que estaba presenciando un amanecer artificial, y la merma en la luminosidad del día anterior había sido un anochecer simulado. Con cada descubrimiento, se presentaban más dudas en mi limitado entendimiento.
Una voz en mi intercomunicador, apenas perceptible por la enorme interferencia reinante, nos ordenaba el regreso.
Nos reunimos en el punto de partida sin novedad sobre el faltante, pero con una noticia aún mas dramática: Amabiel había desaparecido durante la noche, se lo había “tragado la tierra” según dichos de su compañero.
-Pasábamos frente a una pirámide trunca que está cerca del límite, yo caminaba delante de Amabiel, y cuando me volví para hablarle, ya no estaba, lo llamé y busqué durante horas pero se esfumó- relataba Rachiel con los ojos desorbitados.