El despegue.
Todo estaba preparado y funcionando, el clima y los vientos propicios, habíamos apurado la simulación en 3D del tramo inconcluso de nuestra peregrinación en modo “ultra rápido” y completado nuestros mapas. En la nave el personal médico y científico nos esperaba ansiosamente, pero faltaba un detalle: despedirnos de nuestros familiares. Mas, esto era inviable, todas las comunicaciones habían sido cortadas ex profeso para no delatar la picardía del general. La mayoría no estaba dispuesta a partir sin un eventual “último adiós” a su familia. Nuestro superior, un poco contrariado pero sin dejar de comprendernos, nos dijo “La decisión es vuestra”.
Pero después de unos segundos de mirar el piso, dándonos tiempo de meditar sobre el esfuerzo y dedicación perdidos, nos señaló: “yo había pensado, que cada uno de vosotros dejase una pequeña grabación en video para el supuesto caso -Dios no lo quiera- de que no retornareis, pues si todo sale bien y volvéis, quiero recordaros… que estaréis aquí de regreso, pocos segundos después del despegue y vuestra familia ni se habrá enterado que os fuisteis”
Cierto, así era, aunque nuestras mentes no lograban liberarse de la viejas convenciones. Y, no era fácil, aún con nuestro grado de preparación, asimilar la paradoja de un viaje tan largo, pero a la vez tan corto, nos costaba, de allí que muchos no lo evaluaron hasta el momento en que el general lo mencionó.
No obstante, algunos sentimos angustia por no poder escuchar a nuestros seres queridos antes de gran salto, pero apostamos al regreso y eso nos ayudó a superarla instantáneamente.
Enlatados los adioses, nos introdujimos en la colosal fosa, Hemakatl majestuosa esperaba al fondo del abismo. Un control médico de última hora nos dio el visto bueno, mientras nos colocaban sensores en todo el cuerpo que medirían nuestras funciones vitales.
Ya en la gelatinosa sustancia, dentro de nuestros “sarcófagos”, entrábamos en animación suspendida, por lo que nuestro computador y el de tierra, tendrían el control absoluto, y solo en el caso de que algún inconveniente sobreviniese, seríamos desencapsulados y “revividos”.
Lo último que recuerdo es una enfermera muy simpática y agraciada, verificando la correcta posición de mi mascarilla. Luego sueños verdes…
¿Cómo medir esa porción de “sueño”?
¿Cómo segundos o cómo siglos?
Si me guío por mi reloj biológico podría decirles segundos.
Ahora, en lo onírico, es otra cosa. Cómo explicar una sensación tan rara, a alguien que no experimentó nada parecido en toda su vida, lo que sí pueden creerme: es maravillosa.
Y debo confesarles: no es sueño, es real; o al menos eso creemos por haber tenido todos, la misma “visión”. Les cuento brevemente, aunque las palabras no sirvan para definir algo que se debe sentir para poder entenderlo, algo como el amor, que muchos lo sentimos pero no se lo podríamos representar a quien nunca hubiere amado.
La palabra que se me ocurre es PAZ, una paz inconmensurable, la segunda… No, no logro encuadrarla en una sola, sería: frenesí, creación y felicidad; pero sin perder la paz, por último: satisfacción, regocijo y descanso en una paz aún más profunda.
Eso en cuanto a las sensaciones. Ahora, las visiones son extrañas, psicodélicas por momentos, yo imagino que lo que se presentó ante mí, fueron las distintas etapas de la creación del universo. Pero mis compañeros, a pesar de haber visto lo mismo lo razonan de otra manera, inclusive nuestra científica de abordo, lo definió como un viaje a través de la albúmina de un huevo. Otros hacen bromas diciendo que se nos escapó algún fotón en el camino y no tenemos el equipo completo; lo que viene a demostrar lo inexplicable del suceso. Cuando uno no logra elucidar algo tan relevante en su vida, piensa que ha perdido la razón.