lunes, junio 07, 2004

Evaluando la situación.

Después de varias horas, habíamos agotado todas nuestras presunciones sin lograr siquiera un esbozo de certeza. Repasamos una y otra vez, toda la escasa información que poseíamos y solo llegábamos a conjeturar una cosa, habíamos realizado un salto temporal más allá de toda predicción. Si dábamos crédito a la información del contador, con sus veinte revoluciones completas de más de diez millones de años, nos enclavaba en un lugar en el tiempo más allá de los doscientos millones de años en el futuro. Una cifra escalofriante en extremo, pero no sería lógico que estuviésemos aquí de ser así, pues según los cálculos de nuestros astrónomos, la Tierra por esas épocas sería un lugar yermo, con una atmósfera congelada y un sol muerto...
El cielo, el cielo, ¡el cielo!; ¡miremos el cielo!, fue la primera frase en vos alta que pronunciamos desde que se desencadenaran los acontecimientos.
Apagamos las luces exteriores con el afán de observar la posición de las estrellas, tal vez ellas nos revelaran el arcano, como innumerables veces orientaran a nuestros navegantes.
Nos quedamos incontables minutos intentando localizar alguna brillante amiga del cielo nocturno, mas, ninguna quiso venir a rescatarnos de nuestra desesperación, tampoco resplandor alguno en el horizonte nos hacía prever la proximidad de la salida del sol.
La desesperanza y el agobio inundaban el corazón de Hemakatl, los cuerpos desparramados sobre el piso de la nave en posición del loto con los hombros cayendo más allá del plexo solar y la mirada perdida en un punto muy distante, cada uno ensimismado en su propia frustración y rememorando sus propias vivencias pasadas junto a sus seres queridos mientras la compunción dominaba nuestros pensamientos.
Pero lamentarse no iba a solucionarnos el problema, debíamos evaluar la posibilidad de regresar a nuestro tiempo, y a ello nos dispusimos después de un largo sermón a cago de Amabiél, el optimista del grupo.
La falta del motor secundario era un problema para lograr la altura necesaria para evitar un cataclismo sísmico en la superficie terrestre, pero si confirmábamos que no existía vida en este tiempo, eso ya no tenía demasiada importancia a nuestro juicio.
El motor principal, el reactor JT9D-3, podía alcanzar la altura suficiente para darnos la posibilidad de encender todos los sistemas de “limpieza” e inversión de masa, sobrando combustible para aterrizar en nuestro tiempo. No teníamos comunicación con el ordenador terrestre pero suponíamos que seguiría allí dado que nos había re-materializado a todos, nave incluida.
Solo nos faltaba inspeccionar visualmente el lugar donde estaba posada la nave para tener una idea general de los pasos a seguir, ya que el radar se hallaba inoperante.
¿Quién sería el primero en descender?
Muchos, estaban tan aterrados que daban saltos ante el menor roce involuntario de sus compañeros, y el solo hecho de pensar en pisar suelo desconocido los paralizaba. No es que fueran cobardes, habían llegado al límite de su arrojo y a estas alturas solo un mecanismo instintivo dominaba su temperamento, el terror ante lo desconocido y a descubrir que ya no hubiera posibilidades de retorno.
Pero, todos compartíamos el mismo destino e inevitablemente debíamos examinar los alrededores, por lo tanto tomé el mando ya que nuestro comandante estaba ausente, encerrado en un hermético mutismo, superado por los acontecimientos.